Porque un libro es más que un texto
Porque un libro es más que un texto

Mi visita al Dr. Kafka

¿Queda algo por decir de Franz Kafka? En el plano objetivo, probablemente poco. Él mismo dijo mucho de sí en sus libros y cartas. Hay muchas obras biográficas de otros autores (Max Brod, Reiner Stach, Joachim Unseld, Kurt Wolff, Hans-Gerd Koch, Gustav Janouch, Harald Salfellner…). Existen incluso libros de fotografías (Klaus Wagenbach), cómics (Robert Crumb) o películas (Orson Welles). Quizá si algún día los supuestos documentos incautados por la Gestapo a su última compañera Dora Diamant aparecen, puedan aportar algo novedoso a lo que ya conocemos.
Por tanto, creo que lo que podemos hablar de Kafka se sitúa en el plano subjetivo.
Un frío enero de 2019 me hallaba en Praga. Había viajado en varias ocasiones por motivos de trabajo y en todas ellas traté de atisbar algo del genio. Su casa natal en reconstrucción, el puente de San Carlos, el castillo… Todos ellos elementos materiales que habían recibido algo de su ser. Pero, ¿dónde estaba él? Fallecido en 1924 por causa de la tuberculosis a un mes de cumplir los 41 años de edad, fue enterrado en el nuevo cementerio judío de Praga. Y para allá me encaminé.
Al llegar empecé a recorrer el cementerio en busca de su sepultura. Anchos caminos, grupos de lápidas. Caídos en las guerras mundiales. Vueltas y más vueltas y nada de su más célebre inquilino. Extraño. Decidí preguntar a una señora que parecía trabajar allí. Mi acompañante hablaba checo. «¿Kafky?» Escuché de aquella señora. Y señalando en la dirección opuesta masculló algo. «Este no es el cementerio. El de Kafka es el de al lado.» . Salí del cementerio de Olšany en el que por error me hallaba y cruzando la calle entré en el cementerio judío. Un lugar más estrecho, más antiguo, más imponente. Una verja negra rodeaba todo el recinto. A la izquierda una caseta con el vigilante. Giro a la derecha rápido, por intuición. Paralelo a la verja había un camino. A la izquierda, las sepulturas, a la derecha, la calle, y enfrente un hotel de turistas. A unos metros un cartel en pulcra y dura caligrafía negra sobre fondo blanco ribeteado: Dr. Franz Kafka 250 M. Línea recta. Pase de sepulturas a lo largo de todo el paseo. Grava crujiente bajo los pies, el cuello del largo abrigo subido y el sombrero negro bien calado para aguantar el frío. Y llegué.

Silencio. Allí estaban los restos mortales de Franz Kafka. Frente a la verja que daba a la calle. Puede verse incluso desde fuera. Junto a su padre, fallecido siete años después y su madre, que le sobrevivió diez años. Una placa recuerda a sus tres hermanas, ausentes de este lugar por haber sido ejecutadas por los nazis en campos de concentración.
Mis recuerdos de las lecturas del día del entierro: el padre liderando la comitiva, desmayos, gritos y silencios. Toda esa gente, allí mismo, hace algo menos de cien años. Y flores… Secas y otras recientes. Rojas vivas y de otros colores. Tristes flores de alguien que todavía siente el latir de las palabras de Kafka.


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