Supe del escritor sudafricano Coetzee alrededor del año 2000. Fue a raíz de una elogiosa reseña aparecida en un suplemento cultural de un periódico de tirada nacional. En ella se presentaba al autor como nuevo en el ámbito de lengua hispana pero bien conocido en el mundo anglosajón: había obtenido su primer premio Booker —el más prestigioso en esa lengua— en 1983 por Vida y época de Michael K, espectacular novela, diría que la mejor de todas, y el segundo en 1999 por Desgracia, su obra más conocida, de la cual se hizo una película que no he llegado a ver ni veré.
La reseña incluía un pequeño extracto de su libro Juventud. Prometía, aunque no convencía, pero suscitó mi curiosidad. Decidí despejar mis dudas adquiriendo el libro. Lo leí y… Me quedé perplejo. Por dos motivos:
- Porque alguien que no ha tenido que esperar la pátina de la muerte y la curación del tiempo escribiera tan maravillosamente. El mejor autor vivo que conozco y uno de los mejores de entre los vivos y los muertos, amén.
- Perplejidad a posteriori y retrospectiva, como quiera que se entienda eso: los suplementos culturales de hace veinte años reseñaban buenos libros!!!! Creo que sería un buen ejercicio para los críticos literarios actuales repasar la hemeroteca de sus propias compañías para saber lo que se debe reseñar y cómo hacerlo. Leer las reseñas de Gabriel Ferrater también ayudaría.
Una vez que Coetzee entró en mi panteón particular de los grandes de las letras, comencé, como de costumbre, a adquirir todos sus libros que entonces estaban publicados, vicio que he mantenido durante los años siguientes —el último de ellos, el año pasado—. Recuerdo que cuando iba a cualquier librería y pedía un título suyo siempre aparecían complicaciones con el nombre. KOETCEE decía yo, y el librero o perroflauta de turno tecleaba en el ordenador:
— Nada— decía.
— No puede ser. Le deletreo: C, O, E, T, Z, E, E, John Maxwell.
— Ah, sí, aquí…
El periodista de la reseña indicaba que la pronunciación correcta era Cutsía. Extraño, pensé. Por entonces había un joven sudafricano trabajando en la compañía en la que yo perdía demasiado tiempo trabajando a diario. Un día, con el nombre anotado en un papel, le pregunté:
— Chris, quería preguntarte por favor si conoces este apellido.— Miró el papel.
— Sí, lo he visto antes.
—¿Cómo se pronuncia?
— Cutsía.
— ¿Es frecuente en tu tierra?
— No está muy extendido, pero tampoco es extraño encontrarlo.
En cualquier caso no mencionó que la gloria de las letras sudafricanas —mundiales— tenía este apellido, por lo que deduje que no lo conocía.
Leídos unos libros suyos, los recomendé a una amiga que era profesora de instituto. No sé si finalmente los leyó o no. Sí recuerdo que un par de años o tres más tarde, Coetzee ganó el Nobel de literatura con toda justicia, para variar acerca del estúpido dictamen habitual de ese jurado de prepotentes herméticos. Entonces esta amiga se acordó de la recomendación.
— He preguntado a mis compañeros profesores de literatura acerca del autor, y nadie lo conoce…
Pobres estudiantes.